sábado, 27 de septiembre de 2008

Una noche en Utah

Sentado en la estación de Utah,
el tiempo no pasa mientras sigo esperando.
Son las once desde hace tanto tiempo,
y hace tanto, esperando sin señales una mente abierta.
El tiempo es más lento esperando a que se vaya;
el aeropuerto, vacío, inmóvil, esperando la mañana
como todos, como tantos.
Quienes somos…, oigo preguntar adentro.
Responden: Nadie. Pequeñas figuras al compás
del tiempo.

Son las once.
Todos hablamos en silencio.
Todos tosen mientras fuman en los rincones.
El cielo está tan lejos,
La vida está tan lejos,
La patria es mas que una mancha extraña en algún mapa
lleno de letras.

Y el tiempo, atormentador amedrenta mi paciencia;
inquisidor recorre las sombras de los relojes,
permite guardar en lo más profundo de las mentes
los más bellos secretos y enterrarlos con nuestros
cuerpos corrompidos.

Y seguimos lejos, y solos.




Pero pronto,
surcaré los cielos más rápido que las aves
veré las nubes desde adentro como la lluvia
cerraré los ojos y al abrirlos estaremos juntos
/nuevamente.

Con nuestros sueños inmortales,
con nuestros cuerpos sudorosos nos uniremos
con la angustia de la pobreza y de la venganza
pasearemos por nuestras calles bulliciosas y despintadas;
comeremos las menestras de los lunes,
y los cafés de las mañanas con el pan francés
serán los más deliciosos manjares
y nuestra casa sencilla un gran palacio,
y nuestros libros el corazón de nuestras almas.
Son las once, me levanto y camino hasta llegar a mi destino,
es tarde, y estoy lejos.

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